21 febrero 2005

Small Island, Andrea Levy, 2004



¿Sabían que 56.000 caribeños de las colonias británicas participaron en la II Guerra Mundial? 16.000 junto a las tropas británicas y 40.000 junto a las americanas. ¿Sabían que el subcontinente indio – los actuales India, Pakistan, Bangladesh y Sri Lanka- fue el que contribuyó con un mayor número de tropas de voluntarios a la causa de los aliados en la II Guerra Mundial?: dos millones y medio de hombres y mujeres. Me pregunto por qué no se les agradece también a ellos y a sus muertos el que hoy los europeos no estemos marchando al paso de la oca.


© Imperial War Museum

© Imperial War Museum

La novela de Andrea Levy, Small Island, propició mi curiosidad para saber más de estas gentes históricamente semi olvidadas. En la novela oímos cuatro voces; las de Gilbert y Hortense, jamaicanos emigrados a las islas británicas en la década de los 40 y las de Queenie y Bernard, ingleses que ven cómo su mundo se hace añicos. Ya nada será igual. Dos momentos narrativos: 1948 y los años del siglo XX anteriores a esa fecha. Es la primera gran oleada de inmigrantes a U.K. Y tres espacios narrativos: Londres durante los blitzs, Jamaica antes y durante la guerra e India en plena campaña aliada. La madre patria soñada de los colonizados se transforma al conocerla en una vieja desdentada y maloliente.  Andrea Levy consigue magistralmente  meternos en la piel del distinto. Quién mejor que una hija de inmigrantes, una jamaicana británica de segunda generación testigo de esos dos tempos culturales distintos en carne propia. 
Magistral también la viveza de las jergas que emplea en su novela, de las jergas de cada uno de los personajes.

Small Island es la ganadora del Orange Prize del 2004.

Y un fragmento al azar (o no):
Gilbert

My mirror spoke to me. It said: "Man, women gonna fall at your feet." In my uniform of blue - from the left, from the right, from behind - I looked like a god. And this uniform did not even fit me so well. But what is a little bagging on the waist and tightness under the arm when you are a gallant member of the British Royal Airforce? Put several thousand Jamaican men in uniform, coop them up while, Grand Old Duke of York style, you march them up to the top of the hill and then back down again and they will think of nothing but women. When they are up they will imagine them and when they are down they will dream of them. But not this group I travelled with to America. Not Hubert, not Fulton, not Lenval, not James, not even me. Because every last one of us was too preoccupied with food. The only flesh we conjured was the sort you chewed and swallowed.
This was war. There was hardship I was prepared for - bullet, bomb and casual death - but not for the torture of missing cow-foot stew, not for the persecution of living without curried shrimp or pepper-pot soup. I was not ready, I was not trained to eat food that was prepared in a pan of boiling water, the sole purpose of which was to rid it of taste and texture. How the English built empires when their armies marched on nothing but mush should be one of wonders of the world. I thought it would be combat that would make me regret having volunteered, not boiled-up potatoes, boiled-up vegetables - grey and limp on the plate like it had been eaten once before. Why the English come to cook everything by this method? Lucky they kept that boiling business as their national secret and did not insist that people of their colonies stop frying and spicing-up their food.
I was brought up in a family with ten children. At that dinning table at home one lax moment and half my dinner could be gone to my neighbour. I learn to eat quickly whilst defending my plate with a protective arm. But with this English food I sat back, chewed slowly and willed my compatriots to thieve. I had not yet seen a war zone but if the enemy had been frying up some fish and dumpling whose knows which way I would point my gun.
Now I am telling you this so you might better understand what a lustless and ravenous Jamaican experienced when he arrived, guest of the American government, at the military camp in Virginia. The silver tray had compartments so the food did not get messed up. Into each compartment was placed bacon, eggs (two proper eggs!), sausages, fried tomato, fried potatoes, toast, a banana and an orange. The cereal with milk was in a little bowl to itself. My arm was round that plate of food before I had even sat down. Only when I was assured that the rumour of second, third or fourth helpings was not the reverie of a deranged mind, did I relax. I swear many tears were wept over that breakfast. Paradise, we all decided, America is paradise. A bath with six inches of water that rivalled the Caribbean sea in my affection and more meals of equal, no, greater satisfaction than the first, had the word paradise popping from our mouths like the cork from champagne.
[Small Island, pp.105-106, Review, London 2004]


Saturday, Ian McEwan, 2005 - Part I

Babeo con el libro que tengo entre las manos. La última novela de Ian McEwan, Saturday. No lo he empezado y creo que voy a posponer su inicio unos días más; es todo un placer esa sensación de saber que tienes por delante el mundo de Ian McEwan sólo para tus ojos, esperándote. Aunque el que ahora nos trae tan sólo dure un día: un sábado cualquiera, y sea además el mundo de todos nosotros, occidentales diletantes, ingratos e idiotas. Iré poco a poco. Por el momento, me contento con leer y releer la cita que inicia la novela... Es un extracto de una novela de Saul Bellow, Herzog, de 1964. ¿1964?...y 2005 también (traducción del extracto de Bellow más abajo)

For instance? Well, for instance, what it means to be a man. In a city. In a century. In transition. In a mass. Transformed by science. Under organised power. Subject to tremendous controls. In a condition caused by mechanization. After the late failure of radical hopes. In a society that was no community and devalued the person. Owing to the multiplied power of numbers which made the self negligible. Which spent military billions against foreign enemies but would not pay for order at home. Which permitted savagery and barbarism in its own great cities. At the same time, the pressure of human millions who have discovered what concerted efforts and thoughts can do. As megatons of water shape organisms on the ocean floor. As tides polish stones. As winds hollow cliffs. The beautiful supermachinery opening a new life for innumerable mankind. Would you deny them the right to exist? Would you ask them to labor and go hungry while you yourself enjoyed old-fashioned Values? You -you yourself are a child of this mass and a brother to all the rest. Or else an ingrate, dilettante, idiot. There, Herzog, thought Herzog, since you ask for the instance, is the way it runs.

[Saul Bellow, Herzog, 1964]

[Traducción: "¿Por ejemplo?, Bueno, por ejemplo lo que significa ser un hombre. En una ciudad. En un siglo. En transición. Entre la masa. Transformado por la ciencia. Bajo un poder organizado. Sujeto a tremendos controles. En una condición causada por la mecanización. Tras el último fracaso de las esperanzas radicales. En una sociedad que no es comunidad y que devalúa a la persona. Deudora del poder multiplicado de los números que convierten al individuo en prescindible. Que gasta billones militares contra enemigos extranjeros pero que no pague por el orden en casa propia. Que permita el salvajismo y la barbarie en sus propias grandes orbes. Al mismo tiempo, la presión de los millones  de humanos que han descubierto lo que esfuerzos y pensamientos en consonancia pueden llegar a hacer. Como megatones de organismos con formas acuáticas en el fondo de los océanos. Como las mareas pulen las piedras. Como los vientos soplan en las colinas. La hermosa supermaquinaria abriendo vida nueva a una humanidad innumerable. ¿Les negarías el derecho a existir? ¿Les pedirías que trabajasen y pasaran hambre mientras que tú mismo disfrutas de Valores pasados de moda? Tú -tú mismo eres un hijo de esta masa y un hermano de todo el resto. La alternativa es ser un ingrato, un diletante, un idiota. Eso es, Herzog, pensó Herzog, ya que pides un ejemplo, así es como funciona.]

04 febrero 2005

The Costa Pool Bums, Alan Warner, 2003


Este autor escocés nació en 1964 y ya había leido de él su novela de debut Morvern Callar, recomendada por un amigo inglés y que en breve (espero) os comentaré aquí en detalle. Este autor es capaz de dibujar con sus ficciones un mapa de la nueva Gran Bretaña y sus habitantes: escoceses orgullosos, vacaciones en Ibiza, cervezas y productos químicos. Su lenguaje es la vulgar lengua franca de las clases trabajadoras británicas: insolente, impúdico y decidido a pasar un buen rato. Así me ha parecido también en este cómico relato de un vuelo charter infernal que ahora os enlazo . Así me ha parecido su ingenio en los pequeños detalles, en los diálogos. Brillante. Aquí os dejo un link al relato que tecleé hace ya un año. Salió publicado en uno de los números del Granta (revista literaria de narrativa inglesa contemporánea). Tras leer este relato uno se da cuenta que la lucha entre Norte y Sur, entre obreros y free-lancers, está más viva que nunca. Espero la disfrutéis.

09 enero 2005

El círculo íntimo de T.C.Boyle, 2004



"it's just what i've said all along -all our behaviours have their antecedents in nature."

[The Inner Circle, T.C. Boyle, Viking 2004, p. 364]

Imagina Norteamérica años 40, imagina un biólogo obsesionado por aplicar el empirismo científico al sexo, imagina la hipocresía y los tabúes de una sociedad que no permite que el rubor se muestre en las mejillas y por último imagina a un joven que se debate entre la lealtad a su patria, la lealtad a su maestro y la lealtad a sus propias emociones. A partir de ahí T.C. Boyle se las ingenia para construir su última novela, The Inner Circle, publicada en el 2004. En su página web el autor nos cuenta por qué retoma en su último trabajo de ficción la biografía del que fuera conocido hacia finales de los años 40 como Dr. Sexo, Prof. Kinsey o Prok como le llamaban los colaboradores de su círculo íntimo, el escándalo que surgió en torno a sus investigaciones sobre la sexualidad masculina y femenina en aquella época, escándalo que aún perdura hoy en día en ciertos sectores ultraconservadores , y de qué forma cambió la percepción sobre el sexo de la hasta entonces puritana sociedad norteamericana. El narrador, la voz que nos conduce por la historia, es la de uno de los colaboradores de Kinsey, John Milk (nombre de ficción), un joven convertido a la causa sexual de su mentor con una fe ciega y ni siquiera un ápice de duda sobre los métodos empleados por Kinsey: vouyerismo desde el interior de un armario, filmaciones de más de mil hombres masturbándose, uno tras otro, en día y medio o la renuncia de la propia intimidad conyugal de los colaboradores transformados en conejillos de indias. En su web podéis leer comentarios del autor y algunos extractos de la novela. También se habla de la película que se va a estrenar este otoño basándose en la vida de Kinsey, con Liam Neeson haciendo el papel del estudioso de la sexualidad humana. Por cierto, en los EEUU el film ha levantado la polémica y una campaña moralista en su contra. T.C. Boyle, en una entrevista que leí no hace mucho de este autor, nos habla de su novela:

“A: One thing I am exploring is what it is like to give yourself over to a guru, to a great leader. The most poignant part of my research was to read the letters of people who would write to Kinsey with their stories. The sadness of those letters is that everyone has emotional problems related to sex. Here they are writing to a total stranger who is not a medical doctor and thinking that this man can resolve the dilemma for them.”


Entregarse a un gurú, a un gran líder, en cuerpo y alma. Con la II Guerra Mundial como rumor de fondo, T.C. Boyle aborda en su novela algo que también es el signo de los tiempos que ahora vivimos: la necesidad de un líder fuerte en el que volcar nuestras responsabilidades, alguien que recomponga nuestras vidas, que nos salve de nuestras propias emociones.

En una estructura narrativa circular (la novela se inicia y termina en el mismo tiempo y lugar) lo que se adivina en cada una de las situaciones y oposiciones que nos presenta Boyle, lo que otorga unidad a la novela y hace que nada en ella sobre, es la hipocresía, la doble moral que invade hasta nuestros rincones más íntimos, nuestros 'inner circles' y que se perpetua aún cuando parece que nos estamos librando de ella. El profesor Kinsey intenta y quizá logra vencer la hipocresía de la sociedad norteamericana frente al sexo, pero al intentar desligar el sexo de cualquier emoción o sentimiento y presentarlo como una mera conducta mecánica entre "animales humanos" está perpetuando otro tipo de hipocresía, mucho más profunda y arraigada: la hipocresía frente a las emociones. En un mundo en el que los sentimientos son tabú, en el que las emociones están proscritas y el rubor en las mejillas es una muestra de debilidad imperdonable (es reveladora la cantidad de veces que se menciona el rubor en esta novela), estos parecen ser el último reducto de libertad y rebeldía que nos queda. Lo que no podemos decir.

He traducido del original en tapa dura un pasaje elegido al azar en el que transcurre una de las entrevistas con fines científicos...espero lo disfrutéis:
'¿Era este su primer matrimonio? Sí. ¿Había experimentado besos prolongados antes de su matrimonio? Sí. ¿Había experimentado tocamientos con un partenaire? Sí. ¿Había estimulado genitales masculinos, había experimentado el contacto boca-genitales, había practicado el coito? Sí, sí y sí. ¿Cuántos partenaires había tenido excluyendo a su marido? Más o menos unos veinte. "¿Veinte?" repetí, intentando mantener un tono de voz neutral. Ella no se acordaba bien, realmente, podrían haber sido unos cuantos menos o incluso podrían haber sido hasta veinticinco y sus ojos se pusieron soñadores durante un breve instante al intentar acordarse. Y sobre el orgasmo: ¿Cuándo fue la primera vez que fue consciente de haber experimentado un orgasmo? ¿Había logrado alcanzar el orgasmo mediante masturbación, caricias, penetración? ¿Cuándo ha experimentado su último orgasmo?.
Y aquí fue donde me encontré otra vez en terreno resbaladizo, porque formulé a esta convencionalmente bonita y seguramente malcriada esposa de catedrático, a esta elegante joya rubia vestida con un gusto impecable la siguiente pregunta: "¿Qué promedio de orgasmos experimenta actualmente?".
Ella se estaba fumando su quinto cigarrillo, y si desde un principio había estado relajada, ahora se mostraba tan cálida y entusiasmada como ningún otro individuo que hubiera entrevistado. Me miró. Me sonrió levemente. Yo había tenido una continua -y poco profesional- erección durante la mayor parte de las dos horas que llevábamos de entrevista. "Oh, supongo que quizás diez o doce". Mi cara debió de reflejar sorpresa, porque pocos de los entrevistados incluso con más altas puntuaciones se hubieran aproximado a esa categoría numérica. "¿Por semana?", pregunté. Y luego, estúpidamente, "¿O es esa una aproximación mensual?".
Ahora era su turno para ruborizarse, tan sólo un ligero enrojecimiento de la carne bajo sus mejillas y alrededor de las ventanas nasales. "Oh, no", dijo ella. "No. Me temo que es al día".'
[The Inner Circle, T.C. Boyle, Viking 2004, pp. 110-111]